Filipenses 1, 6-21
"En cuanto a los dirigentes de más consideración (lo que hayan sido antes no me importa, pues Dios no se fija en la condición de las personas), no me pidieron que hiciera marcha atrás. Por el contrario, reconocieron que a mí me había sido encomendada la evangelización de los pueblos paganos, lo mismo que a Pedro le había sido encargada la evangelización de los judíos. Pues de la misma manera que Dios hizo de Pedro el apóstol de los judíos, hizo también de mí el apóstol de los paganos. Santiago, Pedro y Juan reconocieron la gracia que Dios me ha concedido. Estos hombres, que son considerados pilares de la Iglesia, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión: Nosotros nos dirigiríamos a los paganos y ellos a los judíos. Sólo debíamos acordarnos de los hermanos pobres de Jerusalén, lo cual he tenido cuidado en cumplir. Tiempo después, cuando Pedro vino a Antioquía, le enfrenté en circunstancias en que su conducta era reprensible. En efecto, antes de que vinieran algunos allegados de Santiago, comía con los hermanos de origen no judío; pero después de que llegaron éstos empezó a alejarse, y ya no se juntaba con ellos por temor al grupo judío. Los demás de raza judía lo siguieron en este doble juego, y hasta Bernabé se dejó arrastrar en esta falsedad. Cuando advertí que no andaban derecho según la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos: «Si tú, que has nacido judío, te has pasado del modo de vivir de los judíos al de los otros pueblos, ¿por qué ahora impones a esos pueblos el modo de vivir de los judíos? Nosotros somos judíos de nacimiento; no pertenecemos a esos pueblos pecadores. Sin embargo hemos reconocido que las personas no son justas como Dios las quiere por haber observado la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser hechos justos a partir de la fe en Cristo Jesús, y no por las prácticas de la Ley. Porque el cumplimiento de la Ley no hará nunca de ningún mortal una persona justa según Dios. Escogimos esta rectitud verdadera, propia de Cristo, y ¿estaríamos ahora en pecado? Entonces Cristo tendría parte en el pecado. ¡Esto no puede ser! Pero miren: si echamos abajo algo y luego lo restablecemos, reconocemos que hemos actuado mal. En cuanto a mí, la misma Ley me llevó a morir a la Ley a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Esta es para mí la manera de no despreciar el don de Dios; pues si la verdadera rectitud es fruto de la Ley, quiere decir que Cristo murió inútilmente."
Reflexión. –
San Pablo, en sus escritos nos da testimonio de la responsabilidad que asume como evangelizador de los paganos, y más allá de ello, intercede por todos aquellos que no viven los preceptos judíos, porque argumenta que es la fe en Cristo nuestro señor la que realmente salva. Esto no exenta a ninguno de nosotros como católico, sino que resalta el amor de Dios a nosotros los hombres, a pesar de nuestras prácticas. Es por ello que esto exige que como hombres, vivamos un amor más intenso a Dios, para corresponder ese afecto que Dios ha tenido para con nosotros en las palabras de Pablo.
Por ello , Pablo confirma que ya no es el quien vive, sino Cristo mismo, una señal de haber entendido el mensaje del evangelio en su totalidad, muestra de haber comprendido su masculinidad, de haber entendido que debía morir a sí mismo para vivir en Cristo Jesús, Dios hecho hombre.
Ese es el modelo de vida que un hombre debe seguir, morir a sí mismo para vivir en Cristo, nuestro Señor.
Oración que habitualmente reza el papa Francisco (lo relata en Patris corde)
«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».